lunes, 13 de noviembre de 2023

Sabato 4.0 El triangulo de Sabato medio siglo después

Los pioneros del desarrollo tecnológico en América Latina tuvieron ideas muy claras acerca del papel del conocimiento en los procesos económicos. Muchos fueron tributarios del pensamiento de la CEPAL y otros se alimentaron de la visión que la OEA alguna vez impulsó acerca de la ciencia y la tecnología como elementos críticos para el futuro de la región. De todo aquel conglomerado de ideas y experiencias la síntesis más acabada y también más difundida la formuló Jorge Sabato (en colaboración con Natalio Botana) con su triángulo cuyos vértices correspondían al estado, la infraestructura científico tecnológica y la estructura productiva. En sus palabras:

Enfocada como un proceso político consciente, la acción de insertar la ciencia y la tecnología en la trama misma del desarrollo significa saber dónde y cómo innovar. La experiencia histórica demuestra que este proceso político constituye el resultado de la acción múltiple y coordinada de tres elementos fundamentales en el desarrollo de las sociedades contemporáneas; el gobierno, la estructura productiva y la infraestructura científico–tecnológica. Podemos imaginar que entre estos tres elementos se establece un sistema de relaciones que se representaría por la figura geométrica de un triángulo, en donde cada uno de ellos ocuparían sus vértices respectivos” (Sabato y Botana, 1968).

A pesar de que la representación gráfica del modelo era la de un triángulo equilátero, en su dinámica uno de los tres vértices tenía una importancia predominante: el gobierno. Probablemente por este motivo se lo representaba por encima de los otros dos. Esto se debía a que se atribuía al gobierno la capacidad de regular y promover las actividades y los vínculos entre los vértices de la infraestructura científico tecnológica y la estructura productiva, así como las relaciones de ambas con el exterior.  

El mensaje central del esquema del triángulo de las interacciones era la naturaleza política del problema y que la capacidad de crear tecnología resultaba indispensable para el desarrollo, lo que requería un sistema de relaciones virtuosas entre los principales actores del proceso tecnológico. Se desprende de ello que el conocimiento debe ayudar a generar riqueza, aunque para tal propósito no basta con la creatividad de los científicos sino que se requiere una trama de relaciones que incluyan a las empresas y al gobierno.

Más de cincuenta años después, aquel mensaje sigue vigente e incluso ha sido recuperado como modelo aspiracional. Ello, a pesar del problema que representa el hecho de que el sector productivo que se desplegaba a los ojos de Sabato estaba compuesto mayormente por grandes empresas, muchas de ellas públicas, respondiendo al modo tradicional de manufactura. Faltaba una década para que se cuestionara el modo de producción fordista. Actualmente incluso los modelos de fabricación flexible van quedando detrás de las aplicaciones de la inteligencia artificial, en plena época de la industria 4.0.  En este contexto cabe preguntarse por la vigencia actual del modelo del triángulo o de la eventual necesidad de su reformulación. ¿Sigue teniendo en la actualidad un papel predominante el gobierno? Hay versiones que reemplazan el vértice del gobierno por el mercado. Sería éste el principal y casi exclusivo regulador. Hay también versiones que modifican incluso la forma geométrica y agregan el vértice del sistema financiero. En lo que sigue trataré de argumentar acerca de la vigencia del viejo triángulo, posiblemente remasterizado, por entender que las funciones de las políticas, las regulaciones y la aplicación de herramientas de promoción son irremplazables. Con mucha más razón en el escenario latinoamericano. Llamaré a esta versión del triángulo en el contexto de la cuarta revolución industrial “Sabato 4.0”. Pero Sabato, al fin.      

La era de las startup

Los tiempos han cambiado. Actualmente ya es un lugar común afirmar que en tiempos de auge de la nanotecnología, la ingeniería genética y la inteligencia artificial el conocimiento ha adquirido una relevancia inédita como potencia transformadora de la economía, la cultura y la vida social. En el nivel de las grandes empresas, no solamente el cambio tecnológico, sino también la creciente preocupación por el cuidado del planeta han impulsado cambios por los que se ven forzadas a incorporar innovaciones y a controlar su impacto ambiental. En los últimos años del siglo pasado el pionero de la economía de la tecnología, Christopher Freeman, advertía junto Luc Soete acerca del impacto sobre el empleo y ambos se atrevían a delinear “una estrategia de empleo para el siglo XXI” (Freeman y Soete, 1966).

No obstante, una significativa diferencia entre la estructura industrial actual y la de los años setenta es que el escenario de cambio tecnológico acelerado que vivimos ha abierto las puertas para que cobren cada vez más importancia las pequeñas empresas innovadoras denominadas startup, basadas en el conocimiento, frecuentemente vinculadas con universidades cuyos graduados apuestan a ser empresarios. Es verdad que existían ya en la época en que Sabato y Botana formulaban su modelo, pero no estaban tan difundidas por entonces ni se había generalizado la idea de su importancia para los procesos de innovación, al menos en el escenario latinoamericano. Tampoco, a excepción de los polos más innovadores de los Estados Unidos, se había previsto que estas empresas nacidas “en un garaje”, según la metáfora más corriente, hayan llegado a facturar miles de millones de dólares, como ocurre ahora con los llamados “unicornios”.  

El origen del término startup se remonta a la década de los sesenta cuando emergieron en California varias empresas basadas en tecnologías avanzadas. Las crónicas relatan que el proceso habría comenzado cuando William Shockley, destacado investigador de física del estado sólido, después de patentar para los Bell Labs el primer transistor, se separó y fundó su propia empresa, acompañado por un grupo de jóvenes ingenieros. El proceso se replicaría, ya que luego varios de ellos a su vez habrían de separarse creando también sus propias firmas. Se atribuye a esta dinámica de multiplicación de empresas inicialmente pequeñas, pero con mucho valor posterior, el impulso al despegue del Silicon Valley.

Actualmente se entiende que una startup es una empresa recién creada que se basa en un campo de conocimiento tecnológico avanzado y nace como un proyecto pequeño que aspira a crecer. Algunas de las startup cuando lo logran llegan a facturar fortunas. Una empresa “unicornio es una startup exitosa en su propuesta de ofrecer servicios sobre la base de las nuevas tecnologías. Aunque la mayoría tienen pocos años de antigüedad, su crecimiento es exponencial y su facturación anual se estima en miles de millones de dólares. Los dos rasgos con los que se suele caracterizar a estas empresas son la creatividad y la innovación.

Debido a su potencial expansivo se puede llegar a pensar que estas empresas no requieren más insumos que ideas geniales, por lo que la preceptiva del triángulo de Sabato y Botana no sería ya aplicable. La experiencia muestra todo lo contrario. Tienen gran potencial de crecimiento pero al mismo tiempo son muy vulnerables y por eso requieren mucho apoyo inicial. Las universidades, las instituciones públicas de promoción de la ciencia y la tecnología, así como también algunas empresas las promueven mediante instrumentos como las incubadoras que las ayudan a dar sus primeros pasos y las aceleradoras que acompañan su primera expansión. Tales soportes son imprescindibles debido a que el capital inicial de las startup es fundamentalmente el talento de sus creadores, pero a medida que se fortalecen requieren inversión económica, lo que abre las puertas a los fondos públicos o privados -muchas veces cuantiosos- de capital de riesgo.

Existen varios casos de incubadoras exitosas en América Latina. Muchas de ellas suelen formar parte de parques científicos y tecnológicos, los que a su vez constituyen infraestructuras propias del tipo de desarrollo tecnológico de las últimas décadas y a los que se debe prestar atención porque constituyen un área localizada de interacción entre la infraestructura científica, la estructura productiva y determinadas áreas gubernamentales. Algo así como una materialización del triángulo, aunque como se verá no necesariamente el vértice superior correspondería al gobierno.

Un estudio basado en una encuesta dirigida a veintisiete instituciones latinoamericanas integrantes de la International Association of Science Parks and Areas of Innovation (IASP) relevó varias de estas experiencias y puso de manifiesto que algunas son incipientes, pero otras significativas (Amestoy, Cassin y Monasterio, 2021). Los resultados del estudio indican que los primeros intentos de desarrollo de estas infraestructuras datan de mediados de la década de 1980, cuando en Brasil se puso en marcha un programa público, a nivel federal, para promoverlas en la órbita de las principales universidades. La iniciativa fue liderada por el CNPq a través del Programa Brasileño de Parques Tecnológicos (1984), pero después de cierto tiempo los apoyos se discontinuaron y los esfuerzos se focalizaron en el desarrollo de incubadoras de empresas.

En la Argentina, el primer estudio para establecer un parque científico lo realizó a mediados de la década de 1980 la universidad de Buenos Aires, pero finalmente no se llevó a la práctica. Otros esfuerzos que se iniciaron a finales del siglo pasado dieron fruto a principios actual. Entre otros, el informe menciona el Polo Tecnológico Constituyentes (Buenos Aires), el Parque Tecnológico del Litoral Centro (Santa Fe), el Parque Tecnológico de Misiones (Misiones), el Polo Tecnológico de Rosario (Santa Fe), y el Polo Científico Tecnológico de la UNICEN en Tandil (Buenos Aires). Por fuera de Argentina, el informe menciona, entre otros, el Parque Tecnológico de Itaipú (Tacurupucu, Hernandarias), en Paraguay, el Parque Científico Tecnológico de Pando, en Uruguay, la Ruta N en Medellín, la Zona Especial de Desarrollo Económico (ZEDE) del Litoral en Guayaquil, la Ciudad del Saber, en Panamá y la Corporación Parque Tecnológico Sartenejas, en Caracas.

Siguiendo las respuestas recogidas por la encuesta que es la base del estudio, las funciones principales de los parques latinoamericanos se centran en brindar servicios de consultoría, asistir a las empresas radicadas y en dar impulso a la creación de startup. Dos tercios de las empresas incubadas corresponden a TIC y comunicaciones. Un grupo destacado se dedica a biotecnología, en tanto que otro a temas de salud y al sector farmacéutico. Hay también algunas startup dedicadas a agricultura, informática y hardware, así como también a ciencias ambientales. También hay algunos casos dedicados a alimentación, servicios audiovisuales e incluso a tecnología espacial.

En Argentina el modelo probablemente más completo es el Parque Tecnológico Litoral Centro, en Santa Fe, creado mediante un convenio entre la Universidad Nacional del Litoral, el CONICET y otras organizaciones públicas y privadas. Este parque cubre todas las etapas del proceso de gestación de las startup, a partir de la pre-incubación, hasta la localización de empresas ya consolidadas.

Llegados a este punto, es necesario reiterar la necesidad de contar con políticas públicas. No basta con el mercado. La materialización localizada del triángulo en los parques científicos y tecnológicos pone de relieve, tanto la importancia de este instrumento, como el escaso impulso que reciben del vértice gobierno, a nivel nacional. El estudio mencionado muestra que en la mayoría de los casos analizados (casi un 86%) se verifica un rol protagónico de las universidades en la creación de estas organizaciones, lo que se ve reflejado en la gobernanza y el sistema de gestión. Algo más del 64% fueron promovidos también por empresas y solamente un tercio, aproximadamente, por los gobiernos nacionales. Una política científico tecnológica acorde con la época debería no solamente ofrecer financiamiento asociado al riesgo y a las perspectivas económicas futuras de las startup allí surgidas, sino que debería también brindar señales de los problemas prioritarios y del horizonte que orienta la acciones tendientes al desarrollo del país. Tampoco es el mercado el que puede realizar estas funciones, ya que en América Latina los mercados son poco demandantes. Por muchas razones que exceden este texto, no abundan las empresas realmente innovadoras. Por eso el protagonismo de las universidades, que se ven obligadas a generar mercados para su oferta de conocimiento. Para fortalecer estos procesos corrigiendo eventuales errores es preciso que los gobiernos asuman en alguna medida el papel protagónico que les asignaban Sabato y Botana, adecuando su estrategia a la nueva dinámica de la revolución tecnológica.

Deep Tech

Recientemente se ha acuñado el término de “deep tech” para identificar a aquellas startup que además de estar fundadas sobre un descubrimiento científico o una innovación tecnológica se plantean dar respuesta a problemas relacionados con una mejor calidad de vida y protección del ambiente. Este aspecto se basa en la idea de que la innovación tiene el potencial de dar respuesta a las grandes demandas de la sociedad. Esto abarca un espectro de soluciones sostenibles que atiendan a la escasez de alimentos, la energía y hasta las neurociencias.

Según un informe dado a conocer por el BID (Peña y Jenik, 2023), las startup deep tech están basadas en un descubrimiento científico o en una innovación de ingeniería significativa que les brinda la capacidad de catalizar el cambio tecnológico, establecer nuevas industrias y revolucionar las existentes mediante tecnologías como la inteligencia artificial, la energía solar, los vehículos eléctricos, la biotecnología y la fabricación avanzada. Además de constituir grandes oportunidades de negocio y allanar nuevos caminos para el crecimiento económico, de acuerdo con el informe estas empresas aspiran a facilitar la equidad social y la sostenibilidad medioambiental en la región.

Según el relevamiento, actualmente existen más de trescientas empresas emergentes de deep tech en América Latina. Este conjunto estaría valorado en ocho mil millones de dólares, aunque se estima que tiene mucho potencial para seguir creciendo. De acuerdo con esta fuente, catorce países de la región cuentan con este tipo de startup deep tech. Argentina, Brasil y Chile representan la mayoría de ellas (30%, 30% y 19% del total, respectivamente). Chile, Brasil y Argentina también desempeñan un papel central en cuanto al valor total de estas startup (representando el 25%, 23% y 23% del valor agregado de estas empresas en la región, respectivamente). Costa Rica se destaca como el cuarto ecosistema más valioso, ya que representa el 22% del valor del total de la región.

La biotecnología representa la mayor parte (61%) de las startup deep tech en Latinoamérica. El segundo sector más activo es la inteligencia artificial (IA), que representa el 11% de las startup involucradas en la innovación de deep tech. El informe menciona algunas utilizan inteligencia artificial para abordar problemas complejos, como la nutrición. Otros sectores emergentes incluyen la nanotecnología (6% de las startup), tecnología limpia (5%), tecnología espacial (4%), movilidad avanzada (4%), robótica (2%), fabricación avanzada (2%), tecnología de la salud (2%) y materiales avanzados (1%), entre otros.

El informe señala que las deep tech de Argentina, Brasil y Chile representan 44% de estas startup en América Latina, emplean al 87% de los investigadores, contribuyen al 80% de las patentes y generan el 70% de los documentos científicos. Estos tres países cuentan con cierta capacidad de promoción, tanto pública como privada. Además, albergan una importante concentración de investigadores especializados en campos relacionados con deep tech. El texto concluye afirmando que América Latina tiene fuertes ventajas como el talento y el costo de la investigación y desarrollo (I+D), para seguir desarrollando estas empresas fuertemente innovadoras. 

Capacidades latinoamericanas disponibles

La consideraciones de este informe ocasionan al menos un momento de perplejidad. Es difícil hacer consideraciones acerca del costo de la I+D en Latinoamérica, como si se tratara de una oportunidad evidente, cuando en realidad los datos muestran que es escasa la inversión en I+D de muchos de los países de la región, lo que se agrava si se toma en cuenta que la del sector privado es aún más baja que la del sector público.

En una época en la que la ciencia y la tecnología están impulsando a la humanidad a una nueva etapa de desarrollo (y también de posible destrucción), mientras en los países más avanzados las empresas y los gobiernos aumentan la inversión en tecnología a extremos que los indicadores tradicionales no siempre pueden detectar, los países de América Latina tienden a incorporar esta nueva realidad en su discurso, pero no en sus políticas explícitas. Una muestra de ello es la escasa inversión, que se mantiene más bien estable a lo largo de los años. Es más evidente la estabilidad de esta variable cuando se la compara con el PBI. Solamente Brasil supera la cota mínima del uno por ciento establecida alguna vez por la UNESCO. El caso más llamativo es el México, ya que descendió desde el 0,42% al 0,28% en 2021. Una vez más, para corregir estas deficiencias y optimizar la asignación de los recursos se requiere una política pública definida con claridad y sostenida en el tiempo. Tampoco el mercado o el laissez faire pueden modificar la mediocre dinámica actual. Aún para aumentar la inversión privada se requiere una decidida política sostenida por el vértice del gobierno.

En 2021 había algo más de setecientos mil investigadores (aunque el dato incluye una proyección de los números de Brasil, dado que este país dejó de publicar el indicador después de 2018). En rigor, este indicador se refiere a “personas dedicadas a la investigación”, pese a que en muchos casos no se trataba de una dedicación completa. Si se reemplaza el cálculo del número de personas por el de investigadores en equivalencia a jornada completa (EJC)*, el número que se obtiene es significativamente menor, ya que asciende a unos cuatrocientos veinticuatro mil investigadores EJC, esto es, un cuarenta por ciento menos. Casi dos tercios de esta cifra pertenecían a Brasil. El grupo integrado por México, Argentina, Chile, Colombia y Uruguay reúne algo menos de un tercio. El total contempla un cuatro por ciento de investigadores del resto de los países de Sudamérica y un uno por ciento de Centroamérica y el Caribe.

En principio, esta distribución de capacidades tan dispares indicaría que Brasil ha alcanzado una masa crítica suficiente como para definir sus orientaciones prioritarias en ciencia y tecnología con bastante autonomía. Al mismo tiempo, su participación en redes internacionales lo orientaría más hacia los países con mayor desarrollo, que hacia el resto de América Latina. En cambio, el resto de los países ofrece un panorama más disperso, en el que se alcanzan un alto nivel en algunos temas, pero en general carecen de una masa crítica suficiente. Por otra parte, no se trata de un conglomerado con la necesaria sinergia e interacción. Algunos grupos de excelencia se vinculan exitosamente a nivel internacional, pero gran parte de la investigación que se realiza está dirigida a un público local, o no alcanza niveles de calidad suficiente. El resto de los países sudamericanos tiene niveles más incipientes, aunque en casi todos ellos es posible identificar algunos grupos de buena capacidad de investigación. Lo mismo, aunque en una medida todavía menor vale para los países centroamericanos, entre los que claramente destaca Costa Rica.

Hay algunos rasgos comunes -por obvios- en casi todos los diagnósticos sobre la ciencia y la tecnología en América Latina: es necesario aumentar la inversión pública y privada en I+D, fortalecer la base científica aumentando el número de investigadores con equipamiento adecuado, modernizar las universidades, crear un sistema eficiente de reconocimiento de títulos universitarios, fortalecer los sectores productivos más dinámicos, entre otros aspectos. Sin embargo, no basta con tener cierto número de investigadores e incluso de instituciones académicas. Mientras la innovación no sea un valor apreciado en la sociedad es difícil que las startup dejen de ser una excepción. Tanto las instituciones científicas y tecnológicas, como las propias empresas suelen tener conductas bastante conservadoras. En ambos casos, la evaluación y la competencia son valores más declarados que ejercitados. El cambio tecnológico acelerado genera nuevas culturas pero también nuevas resistencias, sobre todo en sociedades que no han podido solucionar los problemas básicos de la salud, la educación, el trabajo y el nivel de ingresos de gran parte de la población. Modificar esta condición solo será posible si el vértice gobierno también se actualiza y encuentra respuestas innovadoras, lo que a su vez requiere políticas públicas más inteligentes, coordinadas y transversales. Las empresas innovadoras no solamente requieren el apoyo de la política científica, sino también de una política industrial, financiera y económica que las acompañe. Podemos tener buenos investigadores y costos bajos, pero eso sólo no hace un país innovador.

(*) EJC es una medida estadística que representa la suma de dedicaciones parciales a la investigación, por lo que un investigador, medido en EJC, es la suma de las horas dedicadas a I+D de varias personas hasta alcanzar las 40 horas semanales de una dedicación a tiempo completo.

 

Referencias

AMESTOY, Fernando; CASSIN, Esteban y MONASTERIO, Laura (2021); Los Parques Científico-Tecnológicos y Áreas de Innovación latinoamericanos: Estrategias de desarrollo, impactos regionales, desafíos y oportunidades en la nueva economía global post Covid-19. International Association of Science Parks and Areas of Innovation (IASP), Málaga, España.

FREEMAN, Chris y SOETE, Luc (1996); Cambio Tecnológico y Empleo. Una estrategia de empleo para el siglo XXI. Fundación Universidad Empresa, Madrid.

PEÑA, Ignacio y JENIK, Micaela (2023); Deep tech: la nueva ola. Monografía del BID; 1107. Banco Interamericano de Desarrollo, Washington DC.

SABATO, Jorge, y BOTANA, Natalio (1968); “La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina”; Revista de la Integración, n.3, Buenos Aires.

 

 

2 comentarios:

  1. Mario, muy bueno tu artículo. Comparto todas las apreciaciones principalmente la necesidad de que los países en desarrollo tengamos políticas públicas mas inteligentes, coordinadas y transversales. Politicas científicas que converjan con políticas de desarrollo y educativas. Agregar conocimiento e innovacion en las cadenas productivas sin perder la referencia de que la ciencia y la tecnología son instrumentos para mejorar la calidad de vida y no un fin en sí mismo Mucho camino a recorrer. Abrazo

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  2. Extraordinario artículo que tiene la sabiduría de entender, valorar y recuperar el tiempo pasado para avanzar con certeza en el tiempo del presente.

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