Los pioneros del desarrollo tecnológico en América Latina tuvieron ideas muy claras acerca del papel del conocimiento en los procesos económicos. Muchos fueron tributarios del pensamiento de la CEPAL y otros se alimentaron de la visión que la OEA alguna vez impulsó acerca de la ciencia y la tecnología como elementos críticos para el futuro de la región. De todo aquel conglomerado de ideas y experiencias la síntesis más acabada y también más difundida la formuló Jorge Sabato (en colaboración con Natalio Botana) con su triángulo cuyos vértices correspondían al estado, la infraestructura científico tecnológica y la estructura productiva. En sus palabras:
“Enfocada como un proceso político consciente, la acción de insertar la ciencia y la tecnología en la trama misma del desarrollo significa saber dónde y cómo innovar. La experiencia histórica demuestra que este proceso político constituye el resultado de la acción múltiple y coordinada de tres elementos fundamentales en el desarrollo de las sociedades contemporáneas; el gobierno, la estructura productiva y la infraestructura científico–tecnológica. Podemos imaginar que entre estos tres elementos se establece un sistema de relaciones que se representaría por la figura geométrica de un triángulo, en donde cada uno de ellos ocuparían sus vértices respectivos” (Sabato y Botana, 1968).