lunes, 3 de junio de 2024

Un siglo de Sabato


Hace cien años, un 4 de junio de 1924 nacía en Rojas, provincia de Buenos Aires, Jorge Alberto Sabato, uno de los pioneros del desarrollo tecnológico en América Latina. Era un hombre amable, de múltiples facetas, gran conversador, dueño de un gran sentido del humor y buen amante del tango. Fue también un activo demócrata. 

De todo el conglomerado de ideas y experiencias que bullían en los años del desarrollismo, la síntesis más acabada y también más difundida la formuló él, en colaboración con Natalio Botana. Hoy ya es famoso su triángulo cuyos vértices correspondían al estado, la infraestructura científico tecnológica y la estructura productiva. En sus palabras:
 
“La acción de insertar la ciencia y la tecnología en la trama misma del desarrollo significa saber dónde y cómo innovar. La experiencia histórica demuestra que este proceso político constituye el resultado de la acción múltiple y coordinada de tres elementos fundamentales en el desarrollo de las sociedades contemporáneas; el gobierno, la estructura productiva y la infraestructura científico–tecnológica. Podemos imaginar que entre estos tres elementos se establece un sistema de relaciones que se representaría por la figura geométrica de un triángulo, en donde cada uno de ellos ocuparían sus vértices respectivos”. 

La representación gráfica del modelo era la de un triángulo equilátero. En ausencia de uno de sus vértices no se produciría el “milagro del desarrollo”. Sin instituciones científicas de excelencia o sin empresas dinámicas sería imposible imaginar un futuro de prosperidad. Pero uno de los tres vértices tenía una importancia predominante: el del gobierno, por su capacidad de regular y promover las actividades y los vínculos entre los otros vértices, así como las relaciones de ambos con el exterior. 

El mensaje central del esquema del triángulo de las interacciones era la naturaleza política del problema y la afirmación de que la capacidad de crear tecnología resultaba indispensable para el desarrollo, lo que requería un sistema de relaciones virtuosas entre los principales actores del proceso tecnológico. Se desprende de ello que el conocimiento debe ayudar a generar riqueza, aunque para tal propósito no basta con la creatividad de los científicos sino que se requiere una trama de relaciones que incluyan a las empresas y al gobierno. 

Hoy aquel mensaje sigue vigente, a pesar del problema que representa el hecho de que el sector productivo que se desplegaba a los ojos de Sabato estaba compuesto mayormente por grandes empresas, muchas de ellas públicas, respondiendo al modo tradicional de manufactura. Hay lugares comunes en casi todos los diagnósticos sobre la ciencia y la tecnología en América Latina: aumentar la inversión (pública y privada) en investigación y desarrollo, aumentar el número de investigadores dotados de equipamiento adecuado, modernizar las universidades, crear un sistema eficiente de reconocimiento de títulos universitarios y fortalecer los sectores productivos más dinámicos, entre otros aspectos. Sin embargo, no basta con ello si la innovación no es un valor apreciado en la sociedad. Modificar esta condición solo será posible si el vértice gobierno también se actualiza y encuentra respuestas innovadoras, lo que a su vez requiere políticas públicas más inteligentes, coordinadas y transversales. 

En 1983 lo entrevisté en España, pocos meses antes de su fallecimiento. Jorge había ido a Madrid, donde yo por entonces vivía, a un Encuentro por la Democracia, invitado por el gobierno español. Después de escuchar sus ideas sobre el desarrollo tecnológico le pregunté si eso era posible en un sistema de libre mercado. “En un mercado que supuestamente se autorregula, no. Pero sí en un sistema mixto, donde el Estado actúa como regulador”, respondió. 

Y como muestra de humor, a mi pregunta acerca de si el término ‘paquete tecnológico’ que usábamos con frecuencia provenía del mundo anglosajón y contenía otras referencias culturales, relató riéndose: “Todo lo contrario. El término paquete nació en Latinoamérica. Viene del tango de Discépolo ‘Araca Victoria’. Recuerdo que en la Junta del Acuerdo de Cartagena hablábamos de ‘caja negra’, pero nos parecía un concepto estático. Yo me acordé entonces del tango: ‘Cuando el gil abra el paquete y vea que se ensartó’… Después los ingleses lo tradujeron como package. Ahora se cree que abrir el paquete es la traducción. De donde se demuestra que más importante que innovar es disponer del dominio del mercado”. Aquel era Jorge, alguien que por muy poco tiempo no llegó a ver el regreso de la democracia en Argentina, por el que se había esforzado. Alguien que nos dejó prematuramente, pero que nos dejó ideas firmes y recuerdos gratos.

lunes, 20 de mayo de 2024

Ciencia, populismos y utopías

Hace poco tiempo, Miguel Ángel Quintanilla me hizo una propuesta desafiante, como reacción a mi texto acerca del laberinto de la política científica (Albornoz 2024). Tenemos que hacer un gran esfuerzo -propuso- para encontrar la forma de conducir la política científica en los nuevos escenarios neopopulistas y ultraconservadores que ni Bernal, ni Polanyi, ni Sabato, ni Cajal pudieron imaginar. La propuesta tiene un aire a los debates sobre la posmodernidad y al fin de la ilustración, pero está aplicada a un contexto político definitivamente actual. ¿Podemos seguir pensando la política científica y tecnológica a favor o en contra de los modelos, ya sea el lineal de oferta o el de demanda de conocimiento -hasta la innovación- que han predominado desde la segunda posguerra?

Creo que tiene razón Miguel Ángel cuando afirma que ni Bernal, ni Polanyi, ni Sábato, ni Cajal habrían podido imaginar los nuevos escenarios neopopulistas y ultraconservadores. Parafraseando al humorista alemán Karl Valentin, podríamos afirmar que “antes el futuro era mejor”. Por lo menos, la cosas eran más nítidas. La idea de progreso articulaba la visión de un mundo que permitía establecer rumbos. En el desorden político actual, tanto en la escena internacional, como en el seno de los países, los rumbos posibles son más confusos y en el plano de las decisiones, más desconcertantes.

Los pioneros del desarrollo tecnológico en América Latina tuvieron ideas muy claras acerca del papel del conocimiento en los procesos de desarrollo y modernización. El mundo de la posguerra era injusto, particularmente con América Latina y surgían nuevas estructuras de poder a nivel internacional, pero el rumbo parecía relativamente claro. Ciertamente, había matices importantes. Para unos, el problema era el subdesarrollo; para otros, la dependencia. Muchos fueron tributarios del pensamiento de la CEPAL y otros se alimentaron de la visión que la OEA alguna vez impulsó acerca de la ciencia y la tecnología como elementos críticos para el futuro de la región. De todo aquel conglomerado de ideas y experiencias la síntesis más acabada y también más difundida la formularon Jorge Sabato y Natalio Botana con su triángulo de interacciones cuyos vértices correspondían al Estado, la infraestructura científico tecnológica y la estructura productiva. En sus palabras, se trataba de un proceso político consciente: insertar la ciencia y la tecnología en la trama misma del desarrollo significaba saber dónde y cómo innovar. Aquellos pioneros tenían claro que sin el accionar estatal no había senderos de desarrollo factibles. Más aún, nunca se les hubiera ocurrido pensar lo contrario sin imaginar una situación caótica y desesperanzada.

¿Acaso no existía el populismo en aquellos años? Sin ninguna duda, existía. El peronismo en Argentina era una expresión acabada de populismo. Sin embargo, no iba contra el Estado, sino que ejercía el poder desde él, muchas veces forzando los límites del orden democrático, pero sin destruirlo. El populismo latinoamericano ha sido descrito como un tipo de régimen político sustentado en una alianza de clases con un liderazgo carismático y el objetivo de implementar el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), tal como aspiraba a hacerlo el peronismo y también el gobierno populista brasileño de Getulio Vargas. ​

La relación de la ciencia, la tecnología y la sociedad, especialmente fuera de los países más avanzados, sigue sufriendo importantes disfuncionalidades. En el texto que acompañaba su comentario, Miguel Ángel hacía un recorrido por varios destacados autores como, Funtowicz y Ravetz (2000), Gibbons (1997), Latour (2022), Mazzucato (2019) y otros que desde distintas perspectivas teóricas dan cuenta de un cambio de época en este sistema de relaciones, así como su implicancia en la política científica y la innovación (Quintanilla y López, 2023). Pero al analizar la situación española eran muy críticos y señalaban que la industria española hace muy poco uso de la capacidad de sus investigadores, ya que aspira a “progresar sin innovar”. Un panorama casi idéntico describía Renato Dagnino con respecto a Brasil (Dagnino 2024) para abogar por un nuevo modelo de innovación “solidaria”, cuya implantación requeriría un cambio político importante. Quintanilla y López proponen un enfoque novedoso con tecnologías a las que denominan “entrañables” por ser colaborativas, sostenibles para el medioambiente y responsables socialmente. En ambos casos -Brasil y España- los problemas parecen similares pero la desconexión, más que del lado de la investigación, parece estar en el modelo productivo, por lo que no habría habido grandes cambios con respecto a la tradición de posguerra, caracterizada por el modelo lineal de oferta de conocimientos (sin suficiente demanda).

El neopopulismo al que se refiere Quintanilla no tiene los mismos rasgos o los tiene más acentuados, con nuevos matices que aportan la época de las posverdad y los nuevos vientos de guerra que tensionan a la humanidad. Hay que tener en cuenta que el término “populismo” es polisémico y se lo aplica a situaciones muy diferentes, sin precisar claramente su significado, hasta el punto de que hay quienes rechazan que sea definible por considerar que se utiliza el término para definir una serie de fenómenos políticos que tienen muy poco en común. La claridad conceptual -ni que hablar de definiciones- está visiblemente ausente en este campo, afirmaba Ernesto Laclau (2021), al tiempo que reconocía que un rasgo persistente en la literatura sobre populismo es la reticencia o dificultad para dar un significado preciso al concepto.

En La Razón Populista (2021) Laclau se interroga acerca de la lógica de formación de las identidades colectivas. La unidad del grupo es, desde su perspectiva, el resultado de una articulación de demandas y dado que toda demanda presenta reclamos a un orden establecido, ella está en relación peculiar con ese orden, que la ubica a la vez dentro y fuera de él. Como ese orden -continúa- no puede absorber completamente a la demanda, no consigue constituirse a sí mismo en una unidad coherente. “Toda necesidad genera un derecho” es una afirmación corriente en el populismo local. Se trata de una consigna controversial, ya que obviamente ningún gobierno puede satisfacer la interminable cantidad de tales derechos.  

El populismo, desde esta perspectiva, sería la construcción de una identidad popular que se articula sobre una serie de demandas insatisfechas por parte de “el pueblo”, en confrontación con otro sector social, que se opone a sus designios. Desde esta perspectiva, el populismo designa realidades que tienen en común la oposición dualista entre “el pueblo” (visto como una entidad soberana) y “la élite” o “la casta”, en la versión actual del Presidente argentino. El conflicto estaría así instalado en el corazón del sistema político. Dado que existen partes heterogéneas en el conjunto, se plantea la necesidad de un cemento social que las una. En el caso del pueblo, tal elemento articulador sería el afecto, afirma Laclau, remitiéndose a Freud (1921), ya que éste había comprendido que el lazo libidinal es inherente a la formación de toda identidad social.

El populismo que comienza a esparcirse por algunos países europeos y latinoamericanos es, en general, antisistema. En algunos casos se trata de populismos de derecha y en otros, de izquierda. La ambigüedad del concepto lo permite. En algún tipo de populismo la idea del Estado es reemplazada en buena medida por el mercado, entendido como expresión de las aspiraciones de consumo del pueblo. En otros casos, se trata de un liderazgo y un modo de articulación social que nuclea a los excluidos del sistema y pugnan por su inclusión, confrontando con sectores dominantes. Conservan en general un rasgo de nacionalismo radical neorromántico. Ahora bien, ¿qué espacio deja esta visión para el desarrollo de la ciencia y la tecnología? No mucho, considerando además que es refractario al estado como articulador de un orden establecido y que responde a un modelo de sociedad anterior a la tensión populista.

El populismo de derechas parece tener un conflicto más esencial con la ciencia, ya que en ciertos casos ha adherido al terraplanismo, ha alimentado las reacciones antivacunas y niega que entre las causas del cambio climático se encuentre la actividad humana. El populismo de izquierda es autoritario y afín a los mitos históricos que contribuyen a dar argamasa al tejido social del “pueblo”. Tiene un conflicto con los datos que permitan construir una historia objetiva. En el caso argentino prefiere añorar los buenos tiempos de los premios nobel en ciencia, por ejemplo, ignorando que en los últimos años otros países latinoamericanos han superado el desempeño de la ciencia local. En definitiva, ni los populismos de derecha ni los de izquierda consiguen darle a la ciencia el espacio que permita ponerla al servicio de la sociedad.

¿Cómo gestionar políticas en estos escenarios? Tiene razón Miguel Ángel Quintanilla al suponer que se trata de una tarea muy difícil. Antes que otra cosa, es indispensable que el estado se constituya en una unidad coherente, capaz de gestionar eficazmente las demandas sociales; de lo contrario, no podrá ocupar el lugar de promotor de las relaciones virtuosas entre las instituciones académicas y la infraestructura productiva. Obviamente, no sería capaz de fijar metas comunes para el desarrollo.

En un país como Argentina, devastado por la pugna entre populismos de izquierda y de derecha, este relato está escrito desde la angustia por la ausencia visible de paradigmas viables. Para colmo, la cultura ciudadana deja espacios para un clima adverso a las instituciones científicas. La esperanza de recuperar la ciencia y la educación como instrumentos de desarrollo requiere reconstruir instituciones que han sido vaciadas en gran medida y desde hace bastante tiempo. Esta es, desde mi perspectiva la única posibilidad de elaborar políticas de ciencia y tecnología al servicio de la sociedad en esta época de neopopulismos.   

 

Referencias

ALBORNOZ, Mario (2009); Indicadores de innovación: las dificultades de un concepto en evolución. Revista CTS, Nº 13, vol. 5, Buenos Aires.

ALBORNOZ, Mario (2024); En ciencia y tecnología el laberinto de las confusiones. Entrada de Blog: https://www.marioalbornoz.ar

DAGNINO, Renato (2024); Contribución a la Conferencia para definir la Estrategia Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación para el período 2024-2030 en Jornal GGN, São Paulo, Brasil.

FREUD, Sigmund (1921); Psicología de las masas y análisis del yo. En Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XVIII. Traducción José Luis Etcheverry. Amorrortu editores. Buenos Aires y Madrid.

FUNTOWICZ, Silvio y RAVETZ, Jerome (2000); La ciencia posnormal. Ciencia con la gente. Icaria Editorial, Barcelona, España.

GIBBONS, Michael, LIMOGES C., NOWOTNY, H., SCHWARTMAN, S., SCOTT, P. y TROW, M. (1997); La nueva producción de conocimiento. La dinámica de la ciencia y la investigación en las sociedades contemporáneas, Pomares –Corredor, Barcelona.

LACLAU, Ernesto (2021); La Razón Populista. Fondo de Cultura Económica. Argentina

LATOUR, Bruno (2022); ¿Dónde estoy? Una guía para habitar el planeta. Taurus, Buenos Aires.

MAZZUCATO, Mariana (2019); El Estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado, RBA Libros, 2019; Barcelona.

QUINTANILLA, Miguel Ángel y LÓPEZ, Santiago (2018). “Una nueva agenda para la política científica”, Revista Sistema, 249-250, pp. 137-149.

QUINTANILLA, Miguel Ángel y LÓPEZ, Santiago (2023); IV Informe sobre la Ciencia y Tecnología en España - “Situar a España en el mapa geopolítico de la I+D+i”, preparado por la Fundación Alternativas, No. 04

jueves, 14 de marzo de 2024

En ciencia y tecnología el laberinto de las confusiones

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esenta y ocho científicos que recibieron el Premio Nobel firmaron una carta dirigida al Presidente advirtiendo sobre daños irreparables causados a la ciencia argentina. Veintiún laureados en química, veintiséis en medicina, veinte en física y curiosamente sólo uno en economía manifestaban así su profunda preocupación. Observaban que el sistema argentino de ciencia y tecnología se está acercando a un peligroso precipicio y les causaba desaliento considerar las consecuencias que esta situación podría tener, no solamente para el pueblo argentino, sino para todo el mundo. 

Publicado en La Nación el 14 de marzo de 2024 bajo el título "La tentación de definir a priori cuál ciencia es beneficiosa y cuál no"

lunes, 13 de noviembre de 2023

Sabato 4.0 El triangulo de Sabato medio siglo después

Los pioneros del desarrollo tecnológico en América Latina tuvieron ideas muy claras acerca del papel del conocimiento en los procesos económicos. Muchos fueron tributarios del pensamiento de la CEPAL y otros se alimentaron de la visión que la OEA alguna vez impulsó acerca de la ciencia y la tecnología como elementos críticos para el futuro de la región. De todo aquel conglomerado de ideas y experiencias la síntesis más acabada y también más difundida la formuló Jorge Sabato (en colaboración con Natalio Botana) con su triángulo cuyos vértices correspondían al estado, la infraestructura científico tecnológica y la estructura productiva. En sus palabras:

Enfocada como un proceso político consciente, la acción de insertar la ciencia y la tecnología en la trama misma del desarrollo significa saber dónde y cómo innovar. La experiencia histórica demuestra que este proceso político constituye el resultado de la acción múltiple y coordinada de tres elementos fundamentales en el desarrollo de las sociedades contemporáneas; el gobierno, la estructura productiva y la infraestructura científico–tecnológica. Podemos imaginar que entre estos tres elementos se establece un sistema de relaciones que se representaría por la figura geométrica de un triángulo, en donde cada uno de ellos ocuparían sus vértices respectivos” (Sabato y Botana, 1968).

jueves, 5 de octubre de 2023

Coda: Centralizar o descentralizar ¿Con Ministerio de Ciencia se produce mejor ciencia?


Daniel Bell (1994), uno de mis autores favoritos, agregó a su libro sobre el advenimiento de la sociedad postindustrial un apéndice al que denominó Coda, como si fuera una partitura, que resultó ser tan extenso como el propio libro, con la particularidad de que muchas de sus historias más sabrosas se encuentran en ese amplio relato final.


¿Volver a las fuentes?

Salvando las distancias, algo parecido me ocurrió después de anunciar que con la cuarta entrega daba por concluida la serie dedicada a la necesidad de cambiar en materia de política científica y tecnológica. Una pregunta empezó a instalarse en mi cabeza: ¿y si volvemos -en alguna medida- al diseño original y se le da al CONICET un perfil inspirado en el de sus orígenes? Eso, por supuesto, implicaría cambiar radicalmente muchos rasgos y procedimientos del actual CONICET, pero es probable, además, que habría que cambiar muchos otros aspectos del sistema institucional de la ciencia y la tecnología e incluso atreverse a pensar si eso no haría innecesaria la existencia del MINCYT. Puede ser una simple coincidencia, pero en los momentos en que la ciencia argentina alcanzó sus hitos más destacados no había ministerio de ciencia. No lo había cuando Houssay, Leloir y Milstein obtenían el Premio Nobel, ni cuando Jorge Sabato o Amílcar Herrera formulaban sus modelos de desarrollo del país dándole un lugar destacado a las instituciones académicas, junto a las productivas y al propio gobierno. El problema que se juega en el fondo de la elección del diseño institucional más adecuado es si se debe optar por un modelo centralizado o descentralizado.

domingo, 3 de septiembre de 2023

Cambiar para cambiar. Parte 4. Cambiar es rediseñar

El problema de la política científica y tecnológica en Argentina se ha instalado en el debate público de la peor manera posible. No solamente por el tono desmesurado  con el que se plantea el debate, sino porque además se incurre en un importante error al simplificar el problema, como si se tratara solamente del CONICET. Más allá de su importancia, el CONICET representa una cuarta parte de los investigadores con los que cuenta el país. La mayor parte de ellos, como ya hemos visto, se encuentra en las universidades nacionales. Por lo tanto, el sistema institucional de la ciencia y la tecnología (o el sistema de innovación, según otra mirada) se compone de muchas otras instituciones públicas y privadas; las universidades entre ellas, además de organismos como el INTA, el INTI, la CNEA, la CONAE y también las empresas y otros actores del ámbito privado.

viernes, 18 de agosto de 2023

Cambiar para cambiar. Parte 3. Pero cambiar no es destruir…

 

Cuando me dispongo a editar la tercera entrega de la saga sobre la necesidad de cambios profundos en la política científica y tecnológica ha estallado en todos los medios la noticia de que Javier Milei se propone terminar con el CONICET, además del Ministerio. Sinceramente, no creo que pueda llegar a hacerlo, pero el clima se ha enrarecido mucho en 24 horas en torno a la política científica. Frente a la irracionalidad con poder es muy difícil argumentar. Y cuando repentinamente la discusión se polariza (en un país aficionado a toda clase de grietas) es difícil también sumarse a alineamientos dogmáticos, de un lado o del otro. En una entrevista publicada en Clarín, Lino Barañao reconocía que “hay que realizar ‘una modificación’ en el Conicet, como generar una mayor difusión de las cosas que se hacen e impactan en la sociedad” para evitar que algún Milei pretenda liquidarlo. Si de eso se trata, Lino, que fue ministro durante doce años ¿por qué no lo hizo? Seguramente por la dificultad que ello implica.

Consciente de que no es fácil encontrar un camino intermedio, seguiré con la argumentación que venía desarrollando en las entradas anteriores, aunque la aceleración de los sucesos de estos días pueda hacer que suene extemporáneo, pero las discusiones in extremis no deben anular la posibilidad de pensar y decir lo que se piensa. El CONICET debe cambiar. La política científica debe cambiar, pero nada debe ser destruido. El país necesita fortalecer, no debilitar o aniquilar su capacidad científica y tecnológica, ya que le es necesaria para desarrollarse.