viernes, 31 de julio de 2020

Evolución de la política científica y tecnológica en América Latina

Artículo publicado en  CIENCIA E INVESTIGACIÓN - TOMO 70 Nº 1 - 2020

En el marco del pensamiento sobre el desarrollo, los países latinoamericanos a partir de los años cincuenta incorporaron políticas para la ciencia y la tecnología, creando instituciones adecuadas para ello. Al mismo tiempo, los científicos se organizaron como actores sociales. Se lograron algunos importantes éxitos, pero el propósito de dar impulso al desarrollo mediante la ciencia local fracasó en gran medida. En ello influyó el escaso dinamismo innovador del sector privado. En este siglo la economía latinoamericana creció, apoyada en los precios favorables de las materias primas. La inversión latinoamericana en I+D llegó a triplicarse, aunque desde 2015 se produjo un cambio de tendencia y comenzó a caer en toda la región. También creció aceleradamente el número de investigadores. Los datos muestran que el aumento de la inversión en I+D y del número de investigadores en América Latina tuvo un reflejo positivo en la producción académica, pero el desempeño en relación con las patentes fue peor, lo que obliga a revisar la pertinencia de la investigación y su vinculación con empresas y demandas sociales.

Larga tradición en política científica 

La política científica y tecnológica tiene una tradición muy rica en América Latina. Se trata de una historia poblada de ideas, realizaciones, éxitos y también decepciones. En el marco del pensamiento sobre el desarrollo que predominó durante las décadas de los cincuenta y los sesenta, los países latinoamericanos incorporaron políticas para la ciencia y la tecnología, creando instituciones adecuadas para ello. A modo de ejemplo, el CNPQ de Brasil fue creado en 1951 y el CONICET argentino en 1958.

En general, el desarrollo de las instituciones latinoamericanas de política científica y tecnológica reconoció dos tipos de origen: el impulso de las incipientes comunidades científicas, por un lado, y el pensamiento que expresaba institucionalmente la CEPAL, por el otro. El proceso fue de la mano con la organización de los científicos como actores sociales. La Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia (AAPC) fue creada en 1933. La Sociedad Brasilera para el Progreso de la Ciencia (SBPC) en 1948.

En el marco del ideario de CEPAL se generó en América Latina una corriente de pensamiento referida a las relaciones entre ciencia, tecnología y desarrollo. Personalidades como Jorge Sabato, Amílcar Herrera, Francisco Suárez y Oscar Varsavsky en Argentina; José Leite Lopes y Fernando Henrique Cardoso en Brasil, Miguel Wionczek en México; Francisco Sagasti en Perú; Máximo Halty Carrere en Uruguay y Marcel Roche en Venezuela fueron algunos de los protagonistas más destacados.

No se trató de una corriente uniforme ni con un sentido de construcción colectiva, ya que muchas de las visiones acerca del problema de la ciencia y la tecnología que se atribuyen a tal pensamiento eran discordantes y a menudo antagónicas. Sin embargo, instalaron en la agenda pública el tema de la importancia de la ciencia y la tecnología para el desarrollo.

De aquellas contribuciones, quizás la más celebre fue la del “Triángulo de Interacciones” propuesto por Jorge Sabato y Natalio Botana, que en 1968 ponía de manifiesto que la capacidad de decisión política en este campo es el resultado de un proceso deliberado de interrelaciones entre el gobierno, la infraestructura académica y la estructura productiva. Este esquema es todavía útil actualmente para pensar la relación entre ciencia, política y desarrollo.

En su conjunto, la experiencia de impulsar el desarrollo con la ciencia y la tecnología generadas localmente no puede ser considerada como un éxito. A pesar de las buenas intenciones, se hizo evidente la escasa actividad de investigación en el sector privado, así como el reducido flujo de conocimiento hacia ese sector. También fue bajo, en general, su impacto sobre la actividad productiva y las problemáticas sociales en el conjunto de los países.

Sin embargo, se obtuvieron algunos logros destacados. La capacidad tecnológica acumulada en Argentina a partir de sus emprendimientos en energía atómica y aeroespacial, la tecnología aeronáutica en Brasil y la biotecnología en varios países latinoamericanos son ejemplos positivos de investigaciones con impacto tecnológico y productivo. Son, sin embargo, ejemplos virtuosos que no representan el nivel general de la ciencia y la tecnología en la región.

Para una comprensión cabal de lo ocurrido no es posible omitir la mención al traumático proceso político de los países latinoamericanos, en especial a partir de mediados de la década de los sesenta. Si el análisis de las políticas pone en evidencia el rostro del estado, el estado latinoamericano surgido a partir de tendencias que comenzaron a ser muy visibles desde entonces se basaba en un fondo común de autoritarismo, rigidez social, desigualdad, dependencia y crisis económica.

Una nueva tendencia

Las últimas dos décadas del siglo pasado fueron relativamente adversas, tanto para los modelos de desarrollo, como para el tenor de las políticas de ciencia y tecnología. Mientras en los países más avanzados irrumpía en escena la innovación, como el epicentro del vínculo entre los centros productores de conocimiento y las empresas, los países latinoamericanos tardaban en recuperar el énfasis de años anteriores en estos temas. En Brasil se acuñó la expresión de “la década perdida” para referirse a los años ochenta.

En el comienzo del siglo actual, sin embargo, se dieron condiciones para pensar nuevamente las relaciones entre ciencia, política y desarrollo. Los tiempos cambiaron y los países de la región experimentaron una década de crecimiento sobre la base de circunstancias favorables como los precios de las materias primas. Fue la buena época del “viento de cola” que favorecía a los países latinoamericanos en vez de frenarlos. Entre 2002 y 2017 la economía latinoamericana creció un 148% en PPC(1) , pero lamentablemente los buenos datos no se mantuvieron inalterables, ya que hubo perturbaciones en el trayecto. La crisis internacional de 2008 generó un estancamiento de la región. Luego se retomó el crecimiento, pero esta vez a una velocidad menor. Entre 2014 y 2015 nuevamente se produjo una ralentización del crecimiento. La economía argentina tuvo tendencias similares. El PBI se triplicó en PPC, aunque se registraron pausas entre 2008 y 2009. Después de 2010 se creció con altibajos.

La inversión latinoamericana en I+D tuvo un crecimiento mayor que el de la economía en su conjunto. Entre 2002 y 2017 llegó a triplicarse. La crisis mundial de 2008 no tuvo un efecto importante. Sin embargo, desde 2015 se produjo un cambio de tendencia y por primera vez en este periodo la inversión en I+D cayó en términos absolutos.

En Argentina, el estancamiento de la inversión en I+D comenzó antes que en el resto de la región, ya que cayó por primera vez en 2014. En los años siguientes reflejó los altibajos económicos del país, que no fueron pocos. Durante este periodo más cercano, tanto Brasil, como México y Argentina tuvieron caídas cercanas al 10% medido en PPC. Sólo Chile, Perú, Paraguay y Uruguay escaparon en cierta medida a esta tendencia. Lo llamativo es que, si bien se trató de un fenómeno regional, no se trató de un acontecimiento de orden global. La caída de la inversión en I+D de América latina no tuvo correlato en las economías más importantes del mundo.

Es indudable que la ciencia y la tecnología desde comienzos del siglo veintiuno aumentaron su peso en el discurso político de la región. Fueron muchos los gobiernos que adoptaron como bandera el fortalecimiento y la puesta en valor de la capacidad científica y tecnológica. Lo cierto es que la inversión creció con fuerza también, impulsada por la relativa prosperidad económica, pero, más allá de lo discursivo, si se examina su prioridad, medida en relación con el PBI, no se registraron cambios reales significativos. Si los países latinoamericanos invertían en I+D el 0,55% del PBI regional en 2002, este valor había aumentado moderadamente a 0,64% del PBI quince años después. En todo ese periodo, el punto más alto fue 2015 con el 0,70%. Brasil fue el único país que superó el nivel del 1% de su PBI en su inversión en I+D. Argentina, oscilando en torno al 0,55%, fue en todo el periodo el segundo país en este indicador. Superó incluso a México, que tenía un valor similar en 2002. De todos modos, los países latinoamericanos siguen estando muy lejos de la intensidad de la I+D en los países más desarrollados, muchos de los cuales invierten por encima del 3%, en tanto que algunos superan ya el 4%.

Los investigadores

A nivel mundial, además de la inversión, la otra variable que mostró un crecimiento muy acelerado fue la del número de investigadores, ya que prácticamente se duplicó entre 1998 y 2017. Estimaciones del Instituto de Estadística de la UNESCO muestran que en 1998 estaban activos a nivel mundial aproximadamente cuatro millones y medio de investigadores (medidos en equivalencia a jornada completa) y en 2017 ese número había superado los nueve millones. Este fenómeno había sido pronosticado por Derek de Solla Price, un ilustre físico que se hizo famoso como historiador de la ciencia y como padre de la cienciometría, quien observó un crecimiento exponencial de la comunidad científica, hasta el punto de que acotaba -con humor- que en caso de que no se moderase la curva expansiva habría en algunos años más científicos que habitantes del planeta.

En Iberoamérica (América Latina más España y Portugal), el número total de investigadores se expandió a una tasa aún mayor, si bien a partir de una base mucho más pequeña, pasando de poco más de doscientos mil, a casi quinientos mil. Para explicar ese crecimiento es preciso tener en cuenta que la cantidad de investigadores en relación con la población económicamente activa era en 1998 -y sigue siendo hoy en día- muy baja en comparación con los países más desarrollados. Al mismo tiempo, en buena parte de este periodo se produjo un rápido crecimiento económico de la región que facilitó este proceso de expansión de la base científica.

Si bien el conjunto de países de Iberoamérica ha sido uno de los de mayor crecimiento en la inversión en I+D entre 1998 y 2017, para completar la pintura de la situación es importante examinar la relación entre las curvas de la inversión y la del número de investigadores. Mientras que la cantidad de investigadores creció de manera relativamente lineal en 20 años, la inversión en I+D mostró altibajos. Hasta 2005 la inversión creció menos que la base científica, luego tuvo un periodo de expansión mayor hasta 2015. La retracción económica de los últimos años puede ser un problema para el desarrollo de la actividad, ya que habría un número creciente de investigadores contando con recursos más escasos; entre ellos, sus propios salarios.

En su trabajo de 1963, De Solla Price señalaba también que la expansión del número de investigadores traería un colapso de la actividad científica, ya que la imposibilidad de un crecimiento acorde del financiamiento generaría una caída acelerada de la productividad y de la originalidad. Lo llamó “el día del juicio final para la ciencia”.

A pesar del evidente crecimiento de la inversión, el gasto por investigador en Iberoamérica es más bajo que en el contexto global. En este conjunto de países aparecen casos diversos. En Brasil y México el gasto en I+D por investigador supera los 200 mil dólares PPC anuales, cercano al promedio mundial, pero aún lejos de los países desarrollados. En cambio, en Argentina y Portugal  el gasto en I+D por investigador es menor a los 100 mil dólares PPC anuales, cercano a la mitad del promedio iberoamericano. La pregunta de política científica es clara: ¿hasta qué punto es conveniente expandir la base de recursos humanos en I+D, sobre todo cuando la inversión no puede acompañar tal tendencia?

Producción científica

Lo ocurrido en los últimos años puede ser considerado como una maduración de las comunidades científicas en Iberoamérica. En números cada vez más importantes los investigadores de América Latina, España y Portugal comenzaron a poblar las bases de datos que registran su presencia en las revistas que conforman lo que se conoce como la “corriente principal de la ciencia”.

Los datos muestran que el aumento de la inversión en I+D y del número de investigadores en Iberoamérica tuvo su reflejo en la producción académica, medida en el número de publicaciones en revistas internacionales de primera línea. Así, por ejemplo, la cantidad de artículos iberoamericanos en SCOPUS creció un 217% entre 2002 y 2017, muy por encima del crecimiento total de la base de datos, que fue del 108%. Ese crecimiento fue impulsado por Brasil, que tuvo un incremento del 325% de sus publicaciones en el periodo.

El rendimiento de Argentina en este indicador fue positivo, pero menor que el de otros países latinoamericanos. Si bien el número de sus publicaciones en SCOPUS aumentó un 133%, pasando de 6.093 en 2002 a 14.214 en 2017, también es cierto que en 2002 las publicaciones de Argentina eran el 80% de las mexicanas, pero en 2017 apenas fueron el 58%. En 2002 las publicaciones de Argentina eran el doble que las chilenas y en 2017 fueron casi la misma cantidad. En esos países (y en otros, como Colombia) la productividad medida en artículos científicos fue mayor que la argentina. 

Se puede ver que según estos datos Argentina cuenta con 2,8 artículos en SCOPUS por cada millón de dólares PPC invertido en I+D. De los países aquí comparados sólo Brasil tiene un valor menor, con 1,9. Chile cuenta con 8,5, Colombia con 6,8 y México con 3,1. Estas tendencias son equivalentes en otras bases de datos, como Science Citation Index.

Dada la naturaleza compleja de los fenómenos sociales, no es posible ni acertado sacar conclusiones lineales del tipo de “los investigadores argentinos son menos productivos que los de otros países latinoamericanos”. Volviendo unos párrafos atrás, es preciso tener en cuenta, como ya se señalara, que el gasto en I+D por investigador en Argentina es menor a los 100 mil dólares PPC anuales, lo que representa aproximadamente la mitad del promedio iberoamericano. Los recursos de que dispone un investigador (incluyendo no solamente el equipamiento y la infraestructura, sino también los salarios) influyen necesariamente en la productividad. Por otra parte, las opciones de política científica muestran también su eficacia, ya que Argentina priorizó la expansión del sistema aunque la productividad per cápita fuera más baja. Este es un tema sobre el cual también vale la pena reflexionar: ¿Cuál es la productividad deseable de las comunidades y las instituciones científicas, en base a qué dimensiones?   Y en el caso argentino, paralelamente, ¿Cómo afecta la productividad global el hecho de que los investigadores universitarios muchas veces no tiene dedicación exclusiva?

Las patentes

Medir la calidad de los resultados de la investigación a través de los artículos científicos es un tema controvertido, pero tiene la ventaja de que el indicador es sencillo de obtener. Medir la pertinencia o la eficacia económica y social de la investigación es más complicado por diversas razones, entre las que se cuentan la diversidad de actores intervinientes en los procesos de transferencia de conocimientos y la dificultad de atribuir relaciones causales entre los resultados científicos y las transformaciones que eventualmente se produzcan en las instituciones, la actividad económica y la vida social. Un indicador relativamente sencillo pero de muy relativo valor explicativo es el número de patentes.

El desempeño de Argentina en materia de patentes, entre 2002 y 2017, tampoco fue muy destacado. Las patentes PCT(2) bajo titularidad de residentes en el país han sido en todo el período muy escasas: pasaron de 32 a 51. Su punto más alto fue en 2008, con 103, para empezar luego un marcado descenso. Comparativamente, el desempeño argentino fue también muy flojo en la región. En 2017, Argentina solicitó la mitad de las patentes que en 2008. Otros países han tenido trayectorias diferentes: Brasil ha triplicado sus patentes, aunque viene bajando en cantidad desde 2013 en que superó las setecientas patentes. México, Chile y Colombia tienen trayectorias ascendentes. Chile y Colombia tenían menos patentes que Argentina hasta 2008, pero luego superaron a este país rápidamente.
Es de hacer notar que Argentina es el único de estos países que no es miembro del tratado PCT, mientras los restantes si lo son, por lo que ese factor puede afectar el volumen del patentamiento, si bien no explicaría las tendencias divergentes. Mucho menos el quiebre de tendencia de Argentina en 2008.

Completando la pintura, se observa que las patentes presentadas en el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI) tampoco presentan crecimiento. Las patentes registradas por no residentes representan cerca del 90% del total de patentes y muestran también una caída significativa desde 2008. Las solicitudes de residentes muestran algunos altibajos, pero a excepción del año 2016, también tienen una trayectoria descendente. En 2002 los residentes en el país solicitaron 718 patentes; en 2017 fueron 393.

Como muestra del escaso dinamismo innovador de las empresas, es destacable que el principal titular de patentes en Argentina es el CONICET. Aparecen algunas empresas farmacéuticas y biotecnológicas. Algunas universidades tienen papeles destacados también, siempre en números muy modestos.
A esta altura del relato, y a modo de cierre, se podría ensayar la afirmación de que la utilización de la ciencia y la tecnología como impulsores del desarrollo, tal como lo soñaron Jorge Sabato y otros pioneros, falla hoy no tanto por la falta de atención de políticos y científicos, como de los empresarios. Quizás sea ese el vértice que le está faltando al famoso triángulo.

Lo que ocurre con las patentes es una luz amarilla que remite a dos procesos diferentes: del lado de los productores de conocimiento (universidades y centros públicos de I+D, principalmente) obliga a revisar al menos un aspecto intrínseco a la investigación, como es la pertinencia, además de un aspecto estructural o funcional, como se quiera, que es el de las actividades de vinculación. Este es un problema que está presente en la agenda de las instituciones científicas y académicas. El otro proceso es el que involucra a las empresas y hoy tiene un nombre que es la innovación. Más allá de su  carácter actualmente normativo, la innovación es un término trasplantado de economías más dinámicas, en las cuales las empresas deben necesariamente innovar en mercados competitivos.

Bibliografía

ALBORNOZ, Mario (2007); “Los problemas de la ciencia y el poder”, en: CTS - Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, vol.3, n.8, pp. 47-65.

ALBORNOZ, Mario (2013); Innovación, equidad y desarrollo latinoamericano. En Isegoría N° 48, CSIC, Madrid.

ALBORNOZ, Mario y GORDON, Ariel (2011): “La política de ciencia y tecnología en Argentina desde la recuperación de la democracia (1983-2009)”, Trayectorias de las políticas científicas y universitarias de Argentina y España, editado por Mario Albornoz y Jesús Sebastián, CSIC, Madrid.

ALBORNOZ, Mario; BARRERE, Rodolfo et. al. (2018); “Las universidades, pilares de la ciencia y la tecnología en América Latina”; Documento de Trabajo; OCTS OEI; Buenos Aires. 

BUSH, Vannevar (1999), “Ciencia, la frontera sin fin. Un informe al presidente, julio de 1945”, en: REDES, Editorial de la UNQ, Buenos Aires, p. 89. 

PRICE, Derek de Solla (1973); Hacia una ciencia de la ciencia, Editorial Ariel, Barcelona. 

RICYT (2019), El estado de la Ciencia Principales Indicadores de Ciencia y Tecnología Iberoamericanos / Interamericanos; Buenos Aires.

SABATO, Jorge, y BOTANA, Natalio (1968); “La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina”; Revista de la Integración, n.3, Buenos Aires. 

SAREWITZ, Daniel (2016); “Saving Science” en The New Atlantis, The Center for the Study of Technology and Society, Washington.

NOTAS

(1) Dólares PPC es una forma de cálculo basada en la “paridad de poder de compra”. Se utiliza para comparaciones internacionales. 

(2) El sistema internacional de patentes enmarcado en el Tratado de Cooperación en materia de Patentes (PCT) ofrece asistencia a los solicitantes que buscan protección internacional por patente para sus invenciones. Al presentar una solicitud internacional de patente según el PCT, los solicitantes tienen la posibilidad de proteger su invención a nivel mundial en un gran número de países. Argentina no es miembro de este tratado

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