viernes, 19 de mayo de 2023

Los caminos desde el laboratorio a la industria

Lograr que los conocimientos se apliquen, que lleguen hasta los destinatarios y efectivamente den impulso al desarrollo económico y social del país es un problema central de la política científica y tecnológica, particularmente difícil en los países en desarrollo, debido a las limitaciones de recursos y a las características de sus sistemas productivos. Para lograrlo, es necesario explorar los caminos que debe transitar el conocimiento desde los centros de investigación hasta su aplicación en las empresas, en la salud, en el cuidado del ambiente y en otras necesidades sociales, identificando los actores que intervienen en un proceso cuyos protagonistas no son solamente los investigadores. Es necesario además diseñar instrumentos eficaces para estimular la demanda, ordenar la oferta y la transferencia de conocimientos. En otros términos, cómo producir innovaciones.

Diversos autores, como Daniel Bell (1994), han destacado el papel del complejo industrial militar en el desarrollo de las potentes innovaciones generadas en el contexto de la Segunda Guerra. Javier Echeverría (2009) ha utilizado el término “tecnociencia” para denominar al conjunto de científicos, ingenieros, militares, funcionarios y empresas que permitieron lograr tales avances. A pesar de las evidencias, en los países de menor desarrollo es frecuente olvidar la pluralidad actoral de este proceso. El evidente impacto de la ciencia sobre la creación de tecnologías que cambiaban el mundo persuadió a muchos de que todo ello se debía exclusivamente a la labor de los científicos y que por lo tanto, la solución a los problemas del desarrollo pasaba  en gran medida por aumentar la inversión en investigación y desarrollo (I+D), estableciendo metas utópicas (casi nunca alcanzadas en los países de América Latina) acerca del porcentaje del PBI que sería necesario invertir en ellas, como si así se garantizara lograr importantes metas económicas y sociales.

La innovación y cómo lograrla

La teoría elaborada por Schumpeter (1912) destacaba a los empresarios como protagonistas de la innovación, aunque distinguía no uno, sino dos actores principales: el inventor y el innovador, capaces de generar entre sí una potente sinergia. El primero, como productor de conocimientos potencialmente útiles y el segundo como el empresario (emprendedor) que aplica esos conocimientos para dar impulso a su negocio. Las versiones sistémicas más recientes, que describen el sistema nacional de innovación o los sistemas locales, ponen el foco sobre la relaciones entre los productores, los académicos y los gobiernos, destacando aspectos como la educación y los procesos de aprendizaje. Muchos organismos de política científica y tecnológica durante los últimos años han agregado la innovación entre sus competencias, pero es frecuente que no cuenten con la vocación, los instrumentos y hasta la legitimidad que les permita movilizar a los empresarios.

Otro aspecto a considerar en el proceso de generación de innovaciones de la segunda mitad del siglo veinte es lo que se denomina big science y fuera descrito en primer lugar por Derek de Solla Price (1973). La ciencia grande lo es, en este enfoque, por la acumulación de recursos humanos, instrumentales y financieros para lograr que se produzcan los resultados más sorprendentes, aquellos que expanden la frontera de la ciencia y la tecnología. Esta idea aleja, en principio, la ciencia grande de las posibilidades de los países en desarrollo en términos generales, aunque puntualmente no sea así en casos como la energía nuclear, las investigaciones espaciales, aeronáutica, salud y medicamentos, entre otros temas, en países de América Latina; particularmente, Argentina, Brasil y México.

El ejemplo de la big science dio lugar a disquisiciones como la “masa crítica” necesaria para la madurez de un grupo de I+D, es decir, el número mínimo de investigadores y equipamiento requeridos para poder abordar proyectos de cierta importancia y obtener resultados respetables. Si bien el posterior desarrollo de Internet permitió que en alguna medida las concentraciones de talentos científicos e incluso el uso de grandes instrumentos fueran virtuales, el tema de las proximidad física, los vínculos y las dinámicas de relación entre protagonistas de la producción, transferencia aplicación de los conocimientos sigue teniendo vigencia y da lugar a algunas experiencias ejemplares. El Foro de Vinculación impulsado por la OEI, la RICYT y el Centro REDES (https://foro-vinc.ricyt.org/) es una plataforma que muestra ejemplos y da cuenta de esta problemática. Una política de desarrollo tecnológico incluye necesariamente acciones e instrumentos que fortalezcan los vínculos de las universidades y centros de I+D con su entorno económico y social.  

Centros tecnológicos

Los procesos de innovación dependen de la adquisición de capacidades tecnológicas. Esto ha sido señalado por autores como Martin Bell y Keith Pavitt (1995). Se entiende por capacidades tecnológicas los conocimientos y habilidades para adquirir, usar, absorber, adaptar, mejorar y generar nuevas tecnologías. Partiendo de esta definición las capacidades tecnológicas incluyen tanto las capacidades de innovación propiamente dichas, como las de absorción de conocimiento tecnológico. Las primeras están sujetas a aspectos como las infraestructuras, las actividades propias de innovación, formación de capital humano, y habilidades de los países para crear, imitar y gestionar el conocimiento, mientras que las segundas refieren a la posibilidad de acceder, aprender y asimilar tecnologías extranjeras (Pérez et al 2018).

¿Cómo adquirir capacidades tecnológicas y disponer de la masa crítica necesaria para crear conocimiento, adaptarlo y transferirlo a quienes los aplicarán en su actividad productiva? En una nueva charla entre ambos, Daniel Wisnivesky me comentó su simpatía por el relato de la historia del SATI presentada por Carlos Martínez Vidal en 1971 (ver entrada más abajo) porque le parecía un modelo adecuado para transferir conocimiento tecnológico a la industria. Me recordó también que a principios de los años setenta habíamos discutido acerca de la posibilidad de convertir el Observatorio de Física Cósmica de San Miguel en un centro tecnológico. La historia posterior frustró esa idea…y muchas otras. Si tuvieras que organizar un centro tecnológico hoy, ¿cómo lo harías? me preguntó de repente. Me sorprendí a mí mismo con mi respuesta espontánea, que no tuvo que ver ni con los empresarios, ni con los vínculos. Lo primero, le respondí, es que tiene que ser un lugar de excelencia.

Un claro ejemplo de centro tecnológico de excelencia a nivel internacional es el de los Bell Telephone Laboratories, de los que surgieron varias de la tecnologías radicales en telecomunicaciones, software y electrónica que han cambiado nuestra vida en las últimas décadas. En su edad de oro, a finales de los sesenta, los Bell Labs empleaban unas quince mil personas, incluyendo mil doscientos doctores. Entre ellos se contaban algunas de las mujeres y hombres más brillantes del mundo. Varios de ellos lograron el premio Nobel o su equivalente en matemáticas. Preferían pensar que trabajaban en un “instituto de tecnologías creativas” en el que las fronteras entre el arte y la ciencia no siempre eran nítidas. La telefonía celular, el láser, la transmisión digital y la conmutación surgieron de esas fronteras abiertas por la creatividad.

Un ejemplo argentino, en el que la excelencia es también el primer rasgo definitorio, es el INVAP, un auténtico y exitoso centro tecnológico que compite en el escenario internacional con desarrollos de tecnología nuclear y espacial, además de incursionar en otros temas, como los ambientales y los de salud. Daniel coincidió en que la Comisión Nacional de Energía Atómica había impulsado la formación de recursos humanos de alto nivel que luego dieron lugar a centros y programas como el INVAP o, años atrás, el SATI impulsado por Jorge Sabato y Carlos Martínez Vidal, quien enfatizaba en su relato que el primer paso había sido la formación de los miembros del servicio en los mejores centros mundiales de aquel momento. También surge de aquel relato que los miembros del SATI debieron construir su demanda, saliendo en busca de los empresarios, lo que demuestra que éste es un camino posible.

¿La investigación aplicada es hija menor de la ciencia básica?

La cultura académica degradó en cierta medida la investigación aplicada y la tecnología al considerarlas como secuencias dependientes de la ciencia básica o “pura”, reservando para esta última el atributo de la excelencia. Sin embargo, la revolución científica asociada a la “cuarta revolución industrial” aproximó las innovaciones a la puerta de los laboratorios más avanzados en la producción de conocimiento de vanguardia haciendo prácticamente inútil la distinción. Ruy Pérez-Tamayo, ilustre investigador y divulgador científico mexicano expresaba con mucha elocuencia la inutilidad de la distinción entre investigación básica y aplicada, que atribuía a la mirada utilitaria de los economistas (dicho sea de paso, los indicadores mundialmente utilizados, que integran el Manual de Frascati, expresan la mirada económica que tiende a valorar los resultados de la inversión en I+D). En palabras de Pérez Tamayo:

De manera que los científicos tenemos razón de sentirnos incómodos cuando se habla de ciencia "básica" y ciencia "aplicada". Toda la ciencia es aplicada porque todo el conocimiento sirve para algo, todo se aplica, en primer lugar, para hacer más ciencia; además, ciertos conocimientos pueden servir para otras cosas, como resolver problemas médicos, o de distribución del agua, o de la conservación de granos, etcétera. Es posible que el desvelado economista clasificador se haya basado en la visibilidad del uso del conocimiento para influir en circunstancias externas a la estructura de la ciencia, tomando a esas aplicaciones como su única utilidad, y que se haya dejado llevar por la frase de Francis Bacon, "knowledge is power", pensando que el poder al que se refería el sabio inglés era (naturalmente) el económico. (Pérez Tamayo, 2001). 

En convergencia con las ideas de Javier Echeverría (2009), agregaba que la separación entre ciencia y tecnología, si bien pudo tener algún sentido y hasta cierta utilidad en el pasado, actualmente ya no se justifica porque las dos actividades se han entremezclado de manera tan íntima que ya son inseparables y ahora conviene referirlas como "tecnociencia", lo que incluye una agenda impulsada por un conjunto entremezclado de actores.

En esta época se estableció el llamado contrato social de la ciencia, que consiste en una alianza estratégica entre científicos, ingenieros, técnicos, empresarios, industriales, políticos y, en muchos casos, militares. Conjuntamente, estos siete diferentes tipos de agentes componen la agencia tecnocientífica, que se ha organizado durante el siglo XX en los EEUU en base a los macroprogramas de investigación de la Segunda Guerra Mundial y a iniciativas similares en la época de la guerra fría (navegación espacial, escudos antimisiles, telescopio espacial Hubble, lucha contra el cáncer en la época de Nixon). La agencia tecnocientífica está compuesta por una pluralidad de agentes que se han ido aglutinando en torno a esos macroprogramas de investigación. Cada uno de esos agentes, ciertamente, está interesado en el conocimiento científico, pero desde muy diferentes perspectivas. (Echeverría 2009)

Centros de excelencia

En la experiencia internacional, determinados institutos de investigación científica y tecnológica se han desempeñado como protagonistas de los macroprogramas de investigación a los que se refería Javier Echeverría, en cuya agenda se han incorporado en los últimos años problemas como el cambio climático, las nuevas fuentes de energía, y la inteligencia artificial entre otros. Estos centros son reconocidos en la experiencia internacional como “centros de excelencia”, a los que se encomienda la misión de alcanzar niveles sobresalientes en el desempeño de su actividad.

"Actualmente, la investigación de excelencia ha adoptado una nueva forma utilitaria y económica, marcada por el énfasis en la 'competitividad' y por los 'centros de excelencia'”(Tijssen, 2003)

Cada uno de estos centros constituye un instrumento utilizado por las instancias de la política científica, tecnológica y de innovación con propósitos que la literatura acerca de la experiencia internacional en esta materia reconoce como la concentración de los mejores talentos en un campo de problemas científicos de carácter estratégico. La cuestión es si los centros tecnológicos son simplemente centros de excelencia con otra denominación, o tienen rasgos adicionales que los distinguen. Si bien es cierto que en lo dicho hasta aquí se sostiene la idea de que los centros tecnológicos deben tener la excelencia como atributo principal, exploraré el argumento de que la relación no funciona de la misma manera a la recíproca y por lo tanto, si bien todos los centros tecnológicos deben ser de excelencia, no todos los centros de excelencia pueden ser considerados como centros tecnológicos. Es probable que en algunos ámbitos académicos los centros tecnológicos deban superar el prejuicio cultural de que la prestación de servicios es hermana menor de la investigación y que la investigación tecnológica es menos prestigiosa que la básica. Sin embargo, el rasgo diferencial más importante, en mi opinión, pasa por la incubación de empresas de base tecnológica y la creación de startups entre otros aspectos de la confluencia entre las entidades académicas y las empresas.

Redes

Si la idea de la “masa crítica” apuntaba a la conformación de conglomerados de científicos y tecnólogos en grandes instalaciones (algo así como un modelo fordista de producción e conocimiento), en los últimos años, de la mano de la globalización y de la expansión de las aplicaciones de Internet, la constitución de redes se ha convertido en una de las estrategias a las que se atribuye mayor eficacia en el desarrollo de las capacidades científicas, tecnológicas e innovadoras. Las redes permiten generar la famosa “masa crítica” en forma virtual y la conformación de capacidades geográficamente distribuidas. En efecto, varios autores señalan que en los últimos años se ha consolidado un nuevo modo de producción de conocimiento que emerge no sólo de la propia práctica científica (bajo un enfoque estrictamente disciplinario) sino, en gran medida, de relaciones externas a la ciencia. El nuevo modo de producción del conocimiento se desenvuelve en un ambiente institucional de redes y se basa en lo multidisciplinario.

La internacionalización de la investigación es otro fenómeno creciente que favorece la formulación de proyectos complejos, de naturaleza múltiple, con la participación de grupos de distintos países. La dimensión internacional de la I+D está produciendo una de las transformaciones más profundas en la política científica. Este es el caso de la Unión Europea, cuyo Programa Marco implica la cesión de parte de las competencias nacionales en ciencia y tecnología. En otro texto (ver entrada sobre el artículo sobre Integración de la Ciencia y la Tecnología en el MERCOSUR) he lamentado la carencia en América Latina de programas marco dotados de capacidad de financiar proyectos colaborativos entre los países de la región.

Parques tecnológicos: camino hacia la “masa crítica”

En los últimos años del siglo pasado dos ilustres visionarios, el urbanista inglés Peter Hall y el sociólogo español Manuel Castells afirmaban ser testigos de la aparición de un nuevo espacio industrial definido por el emplazamiento de nuevas tecnologías en todos los sectores. Una de las paradojas más fascinantes -afirmaban- radica en el hecho de que en una economía mundial cuya infraestructura productiva está compuesta de flujos de información, las ciudades y las regiones se están convirtiendo, de forma creciente, en agentes decisivos del desarrollo económico (Castells y Hall, 1994).

A los espacios así construidos les dieron el nombre de “Tecnópolis”. Bajo este nombre incluían diversos intentos deliberados de planificar y promover, dentro de un área concentrada, una producción tecnológicamente innovadora. Señalaban los autores que este tipo de conglomerados urbanos surgieron en Estados Unidos hace algunas décadas, con el propósito de “clonar” experiencias relativamente espontáneas como el Silicon Valley y la Carretera 128 de Boston. En ambos casos, se trataba de procesos que surgieron en el contexto de centros universitarios en tecnologías y otras disciplinas del más alto nivel mundial, de una cultura de la movilidad laboral de la colaboración académica y empresarial pero también de grandes contratos del Estado (dato esencial, como hemos visto, en la definición de la big science y la “tecnociencia”). La movilidad y los flujos de información son condimentos esenciales de las Tecnópolis. Requieren algún grado de proximidad con incubadoras de empresas, concebidas como infraestructuras dotadas de servicios para hacerlas anidar y centros tecnológicos con infraestructura y capacidad de producir conocimientos para la innovación. En definitiva, con este enfoque, los centros tecnológicos adquieren una configuración geográfica que implica un tipo de desarrollo urbano.

América Latina no ha sido ajena a esta tendencia. Un interesante estudio sobre los parque tecnológicos en la región (Amestoy et al, 2021) ofrece los resultados del relevamiento de una veintena de parques asociados a la International Association of Science Parks and Areas of Innovation (IASP). La mitad de ellos pertenecían a Brasil. Dos eran argentinos: el Parque Tecnológico del Litoral Centro (Santa Fe) y el Parque de la Innovación de la Ciudad de Buenos Aires, un proyecto impulsado por el gobierno local.

Los primeros intentos de desarrollo de estas infraestructuras en América Latina, señala el informe, datan de mediados de la década de los 80, cuando en Brasil creó un programa federal para promoverlas en la órbita de algunas de las universidades más destacadas. La iniciativa fue impulsada por el Consejo Nacional de Investigación (CNPq) a través del Programa Brasileño de Parques Tecnológicos, pero los apoyos se discontinuaron y los esfuerzos se volcaron hacia el desarrollo de incubadoras de empresas.

Posteriormente, entre 1998 y 2005, se estructuraron programas federales de promoción de la innovación y convocatorias específicas para la creación de parque científicos y tecnológicos, entre los que se destacaban los denominados “fondos sectoriales”. Este instrumento obligaba a las empresas internacionales de segmentos específicos que querían radicarse en el país a invertir parte de su facturación en proyectos de I+D con universidades y centros de investigación. Más tarde, fueron las fundaciones regionales de apoyo a la investigación las que dieron impulso a la creación de varias experiencias en el país.

En Chile, el llamado “Chilecon Valley” es reconocido como uno de los centros de tecnología más activos de América Latina. El reconocimiento a Chile no es sorprendente debido al éxito de aceleradoras como Startup Chile. En la Argentina, el primer estudio para establecer un parque científico tecnológico se realizó a mediados de la década de los 80, promovido por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires, pero finalmente no se llevó a la práctica. Otros esfuerzos se iniciaron a finales de la década siguiente y dieron fruto a principios del siglo actual; entre otros, el Parque Tecnológico del Litoral Centro (Santa Fe) probablemente hoy el más avanzado en el ámbito universitario argentino.

El Parque Tecnológico del Litoral Centro (PTLC) fue creado por iniciativa del CONICET, el cual aprobó en 2001 constituir una Sociedad Anónima con Participación Estatal Mayoritaria (SAPEM) encargada de administrar el área de incubación y los predios para radicación de empresas en el Parque. La sociedad está actualmente integrada por el propio CONICET, la Universidad Nacional del Litoral (UNL), el Gobierno de la Provincia de Santa Fe, la Municipalidad de la ciudad de Santa Fe, la Confederación General Económica (CGE) y la Confederación General de la Industria (CGI). Dos años después de la constitución societaria se incorporó la Municipalidad de la ciudad de Paraná. Desde diciembre de 2003, el PTLC dispone de una incubadora de empresas que cubre todas las fases del proceso de incubación. Comprende también un área de pre-incubación de ideas negocio, contenedores de empresas para la pre-radicación y predios para radicación definitiva. EL PTLC facilita también la gestión y gerenciamiento de emprendimientos, identificando y formulando proyectos de I+D, transfiriendo tecnología y brindando asistencia técnica.

En la actualidad, pese a que aún sigue siendo escaso el número de estas organizaciones, se destaca una nueva generación de formas asociativas, particularmente en el sector de las TIC, donde se proyectan con distintos formatos, como clústeres, distritos o polos. El Parque de la Innovación de la Ciudad de Buenos Aires, mencionado en el informe, es un proyecto ambicioso, pero todavía en fase preliminar, que es impulsado por el gobierno local y aspira a canalizar las actividades de emprendedores, estudiantes e investigadores, con especial foco en educación, salud y las llamadas “tecnologías exponenciales”. Dispone para ello de un predio de doce hectáreas ubicadas en una zona estratégica de la ciudad. También cabe mencionar el Polo Tecnológico Rosario, creado por el gobierno provincial en el año 2000, especializado en TIC y biotecnología. Es interesante tomar nota de que este tipo de proyectos están comenzando a surgir en Argentina a impulsos de los gobiernos locales.

Apología de la oferta

Desde algunos marcos teóricos como la economía de la innovación o los nuevos modos de producción del conocimiento científico (Gibbons et al, 1997) se ha puesto el énfasis en el estímulo a la demanda de conocimientos. “La sociedad interpela a la ciencia” proclamaba Helga Nowotny (et al, 2003). La historia de la política científica a partir de la segunda mitad del siglo XX suele ser presentada por muchos autores como un tránsito desde los enfoques de “oferta” de conocimientos propia del esquema conocido como ‘modelo lineal’, a los de “demanda”, que incluso precedieron a las políticas de innovación. “Ponga una empresario en su mesa” pareció ser una consigna adoptada por la Unión Europea en sus Programas Marco, exigiendo la participación empresaria en los proyectos de I+D que financian.

En los tiempos que corren, la aceleración del cambio científico y tecnológico ha generado transformaciones en diferentes planos, haciendo más difusas las fronteras entre la investigación básica y la aplicada e incluso entre la ciencia y la tecnología, abriendo espacio para la “tecnociencia”. Sin embargo, las estructuras burocráticas que dan impulso a la ciencia y a la innovación siguen siendo, en general, rígidas. Por eso es frecuente que no cuenten con la vocación, los instrumentos y hasta la legitimidad que les permita movilizar a los empresarios y otros actores. La experiencia de los programas tecnocientíficos y la multiplicidad de protagonistas que intervienen en los procesos de innovación sugieren la conveniencia de que los órganos del estado sean también flexibles e innovadores y se aproximen estrechamente entre sí los que promueven la ciencia, la tecnología, la educación superior y la producción, además de los que se ocupan de la salud, el ambiente y otras prioridades sociales. Si la ciencia y la tecnología son transversales, los órganos correspondientes de la administración pública también deben tender a serlo.

En cuanto a la mejor forma de invertir los recursos siempre escasos de la política científica y tecnológica, concentrarlos en centros o proyectos de mayor envergadura, con misiones ajustadas a las estrategias de desarrollo del país parece una opción preferible a diversificarlos en un amplio número de proyectos surgidos de la espontaneidad de los investigadores (sin perjuicio de que es necesario contar con fondos que financien proyectos de menor envergadura pero gran interés, sobre todo en las ciencias sociales).

Es cierto que la demanda de conocimiento tecnológico avanzado por parte del tejido productivo latinoamericano es escasa, lo que es explicable, dado que según distintas fuentes de datos, más del 80% de las empresas de la región son PYME. Tiene mucha lógica, por lo tanto, que desde los ámbitos institucionales de la política científica y tecnológica se diseñen y pongan en práctica instrumentos que tiendan a estimular la demanda. Es lo que indican, además, los manuales de las políticas de innovación. En su relato sobre el SATI, al que he hecho referencia varias veces (ver la entrada correspondiente), Carlos Martínez Vidal explicaba muy gráficamente la diferencia entre una demanda que debía existir pero no se expresaba y la demanda real de los empresarios a los que debieron salir a buscar y con los que, para ganarse su confianza, debieron hacerse amigos. No volveré atrás por consiguiente, sobre la idea de que generar la demanda de conocimiento tecnológico es una necesidad prioritaria. Todavía recuerdo a aquel investigador desencantado de “investigar para el museo de los prototipos”. Pero si la oferta de conocimientos útiles que nadie ha demandado es frustrante, ¿qué podemos decir de una demanda que no encuentra una oferta satisfactoria?

Después de este recorrido, me reafirmo en la idea inicial de que el criterio principal es la excelencia, dado que es la garantía de que los conocimientos ofrecidos sean verdaderamente útiles. Los centros productores de conocimiento deben tener un núcleo de capacidades cognitivas que permitan dar respuesta a las demandas concretas del sistema productivo. Además, los centros de este tipo no solamente mantienen estrechos vínculos con la producción, sino que se espera de ellos que tengan un fuerte componente educativo, dirigido a la reproducción y ampliación de la base científica y tecnológica mediante la formación de recursos humanos altamente capacitados.

Sobre el final, mi colega Rodolfo Barrere me recuerda la realidad (lo hace con frecuencia) de que hay muchos, muchísimos grupos de investigación y de prestación de servicios a los que no les cabría la calificación de excelencia. ¿Qué hacer con ellos? La pregunta me recordó el documento “Save British Science” con el que los investigadores ingleses recibieron el gobierno de Tony Blair. Comparaban la ciencia y el fútbol: hay diferentes ligas, decían, pero todas son el fútbol de un país. Lo mismo ocurre con la ciencia. Pero la dinámica del fútbol es que todos tratan de ascender. Aplicado esto a la ciencia, los que no son excelentes tienen una tarea por delante: ascender en la escala de la excelencia. En eso deberían poner sus esfuerzos y la política debería ofrecerles los medios para hacer posible su tarea.

Referencias

ALBORNOZ, Mario y ALFARAZ, Claudio (2008); Diseño de una metodología para la medición del impacto de los Centros de Excelencia. Centro REDES. Documento de trabajo N° 37.

AMESTOY, Fernando; CASSIN Esteban y MONASTERIO Laura (2021); Los Parques Científico-Tecnológicos y Áreas de Innovación latinoamericanos: Estrategias de desarrollo, impactos regionales, desafíos y oportunidades en la nueva economía global post Covid-19. International Association of Science Parks and Areas of Innovation (IASP). Málaga, España.

BELL, Daniel (1994); El advenimiento de la sociedad postindustrial, Alianza Editorial, Madrid.

BELL, Martin (1995); “Enfoques sobre política de ciencia y tecnología en los años 90: viejos modelos y nuevas experiencias”, REDES, V.2, n.5, Buenos Aires.

BELL, Martin y PAVITT, Keith (1995); The Development of Technological Capabilities, en Trade, Technology, and International Competitiveness. Economic Development Institute of the World Bank. Washington DC.

CASTELLS, Manuel y HALL, Peter (1994); Las Tecnópolis del mundo. La formación de los complejos industriales del siglo XXI. Alianza Editorial, Madrid.

ECHEVERRÍA, Javier (2009); Interdisciplinariedad y convergencia tecnocientífica nano-bio-info-cogno. En Sociologias, año 11, N° 22, pp.22 – 53, Porto Alegre.

GIBBONS, Michael, LIMOGES, Camille, NOWOTNY, Helga; SCHWARTZMAN, Simon; SOTT, Peter y TRW, Martin (1997); La nueva producción del conocimiento. Ediciones Pomares-Corredor, Barcelona.

NOWOTNY Helga, SCOTT Peter y GIBBONS Michael (2003); Re-thinking Science. Knowledge and the Public in an Age of Uncertainty. Polity Press, Cambridge, United Kingdom.

PÉREZ HERNÁNDEZ, Carla; GÓMEZ HERNÁNDEZ, Denise; LARA GÓMEZ, Graciela (2018); Determinantes de la capacidad tecnológica en América Latina: una aplicación empírica con datos de panel. Economía: teoría y práctica, núm. 48, pp. 75-124. UAM, México.

PÉREZ-TAMAYO, Ruy (2001); Ciencia básica y ciencia aplicada. Salud pública en México, vol.43 n°.4 Cuernavaca.

PRICE, Derek de Solla (1973); Hacia una ciencia de la ciencia, Editorial Ariel, Barcelona.

SHUMPETER, Joseph (1912); Teoría del Desenvolvimiento Económico, primera versión en alemán. Versión española utilizada: (1976) Fondo de Cultura Económica, México.

TIJSSEN, R. J. (2003); “Scoreboards of research excellence”, Research Evaluation 12, pp. 91-103.

 


6 comentarios:

  1. Trabajo interesante. Nos obliga a pensar hacia donde queremos ir.

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  2. Hola querido Mario, gracias por estas valiosas reflexiones. Me llevan el pensamiento al debate entre la teoría y la practica, quizás similar al de las fuerzas de la oferta y la demanda de conocimiento en cuanto a que, es posible que la escisión que hemos hecho de estos factores no es mas que una cuestión aparente, porque, como ha sido analizado, en la producción de conocimiento intervienen, directa o indirectamente, distintos factores y actores de diversa naturaleza; en este sentido, por un lado, la agenda de la ciencia y la tecnología debe ser siempre un punto de encuentro de esa “masa critica” que usted nos recuerda, o con lo que podemos contar en relación a ella; por el otro, el contexto social y económico de nuestros países debe ser el mapa de esa agenda, para que las ideas de políticas a implementar no se extravíen en en el sendero a seguir.

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  3. Completamente de acuerdo. Vos que has leído otros textos míos sabés que protesto siempre contra lo imitativo, porque nos impide pensar quiénes somos, en qué contexto estamos, cuáles son nuestras necesidades y cuáles nuestras posibilidades. Me parece una frase feliz la de que el contexto social y económico de nuestros países sea el mapa de nuestra agenda. Saludos.

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  4. Es así. Mi preocupación está en las posibilidades actuales de la "masa crítica", y de lo que puede ser en los próximos años; es decir, si nuestras capacidades endógenas que históricamente han sido limitadas, desde múltiples perspectivas, la actualidad no le es muy favorable. Entonces me pregunto, igual que en este muy oportuno texto, sobre las mejores estrategias para avanzar en los tiempos actuales, e inevitablemente pienso en las condiciones socio-económicas desfavorables de los últimos años, que exigen niveles de eficacia muy elevados a nivel de políticas para hacer frente a esta nueva revolución tecnocientifica. En este sentido, puede que esta revolución sea el desencadenante de mayores niveles de desigualdad.

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  5. Hola, vengo con portación de apellido pero con vocación independiente. Yo viví el inicio del camino científico (en economía pero estudiando la innovación), luego me fui distanciando, pasé por la consultoría económica enfocada en el mundo agropecuario y terminé como emprendedor digital para el agro, y ahí sigo. En el camino conocí colegas emprendedores del área digital y de la biotecnología, y en este último campo destaco siempre el caso de la aceleradora GridX, un caso de éxito pero paradigmático como ejemplo que expone en situaciones muy concretas y puntuales las tensiones que planteás en este artículo desde tu perspectiva de política científico-tecnológica.

    Tomo el caso de dos empresas generadas en ela unión de científicos y MBAs, una de las cuales despegó muy fuerte como empresa y es conocida en todo el mundo, y otra que está más en sus inicios pero con buena respuesta de parte de la industria a la que atiende. En ambas empresas -y en otras también, pero estas me resultan paradigmáticas-, a pesar de haber buenos resultados y avances comerciales y buena exposición, llega un punto en el cual el/los miembros científicos del equipo se quieren ir del proyecto. En
    cada caso por razones diferentes aunque parecidas. Con mirada borrosa, en ambos casos (y en muchos otros) parece subsistir una fractura cultural en la cual el modelo aspiracional del científico es el reconocimiento de su comunidad científica, la idea de la innovación más como "invención de autor", y cierto menosprecio por la aventura y la "virtud" de llevar eso al mercado, de iterar hasta resolver un problema de mercado mediante una solución técnica con fuerte incidencia científica. Esto genera situaciones curiosas como la de que el científico se aleje del proyecto que gestó aún cuando el proyecto despega, ayudado por un gran desconocimiento de lo que significa en la práctica emprender, pero sobre todas las cosas porque los científicos en Sudamérica -el universo que conocí de cerca- siguen siendo formados en cierta idea de que lo bueno es la ciencia pura y la ciencia aplicada es algo un poco menos valioso de lo que se ocupan los empresarios o emprendedores.

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    1. Gracias por tu comentario, Ignacio. Es muy valorable porque no surge de lecturas sobre el tema, sino de vivencias concretas. Los dos casos que relatás me parecen interesantísimos y también sorprendentes. Es un clásico el de las diferencias entre la cultura académica y la cultura empresarial. Están en juego el mérito académico por un lado y el éxito de un emprendimiento que a la vez implica riesgos, por el otro. Pero nunca me habían presentado dos casos tan paradigmáticos en los que investigadores que dieron lugar a exitosas empresas de base científica las abandonaran para volcarse de nuevo a la dinámica académica. Es muy llamativo y pone en evidencia la importancia de los factores culturales. Esto lo deben tener en cuenta las universidades que aspiran a formar graduados que sean excelentes en su campo científico y tengan al mismo tiempo espíritu emprendedor. Gracias y un abrazo.

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